Hablamos 5 minutos, en honor a lo cual invitó a otra cerveza y una bolsa de maní, para recuperar a mordiscos los reflejos. 20 minutos después de escucharle recordar sus 53 de malacrianzas, hazañas y las luchas de quien ha vivido a punta de lo que aprendió de los callos de otros y no de sus libros, y quien con canosa astucia defiende como una prerrogativa innegable la birra terapéutica antes que pagar comida y deudas, llegaron las dos idas rápidas al orinal y los silencios que recuerdan mirar el reloj y el cielo del medio día nublado en presagio de ruedos tintos de los charcos que el cemento se niega beber. Nos despedimos con ese apretón de manos agradecido con la rápida fraternidad de bigotes de espuma y la suerte de haberse topado con un «buena gente», circunstancia ésta que no es inmune a la fiebre que sudan esas aceras: Cuándo pasa otra vez por aquí; diay, no sé, cuando tenga que pasar por aquí. Adiós.
Las visitas intencionales se justifican con un no hay más remedio‚ o buscalo en Chepe Centro ahí se consigue; porque a pesar de esa naturaleza de punto de fuga, la ciudad de San José se mantiene como el centro de acopio más diverso de insumos y servicios del país, en el que cientos de miles hacen vida, producen su sustento o la aprovechan como la gran estación hacia cualquier parte; un lugar al que ante la necesidad se recurre con fé profesa y anticipado agobio.