Un abordaje fenomenológico, supone que para entender el mundo vivido, es necesario explorar las historias que la gente cuenta de sus experiencias; entender y respetar estos constructos de primer orden y su interrelación dentro de su lógica específica y las prácticas en las que se aplican.
Escuchar historias y reunirlas es un abordaje simple, pero a éste debe añadirse su trato bajo una sanción metódica, un merodearlas con intención, hasta dar con su conexión expresada en teoría, dentro de la intencional estructura lógica de quienes las producen, e interpretarlas desde una teoría sobre ellas que no prescribe, sino que organiza e interpreta. Y lo anterior no se refiere a un ejercicio documental, no se busca vestir a un esqueleto narrativo de 5:3 shakespeareano, es un ejercicio con afán comprensivo, no conclusivo: el formato documental le adeuda, es un producto posterior. El quid no es producir un documento traductor más, sino describir en un continuo, cómo un grupo desarrolla sus propios documentos y argumenta con ellos.
La importancia de sumar subjetividades, no está en el simple trabajo acumulativo, la cosa es más gris, porque se trata finalmente de admitir que cuentan, de cuán determinantes son desde el individuo para el colectivo y viceversa; de cuán peligrosa es la pretensión de universalidad. La construcción de mapas que las incluyan, moldeables en múltiples líneas de tiempo, es una herramienta que sirve no sólo a la orientación de políticas locales aplicadas, sino también a la producción de metodologías del “ser ahí” exportables, que acompañen el análisis de eventos para el aprovechamiento de otros órdenes de datos más fríos (qué significa que se recojan x toneladas de basura por día, que doña Aurelia venda ahora 5 lechugas en lugar de 5 cajas de lechuga diarias hace 10 años o que la concentración de partículas gruesas sea mayor en ciertos puntos de una ciudad, que se adjudique una patente o un permiso de construcción para quiénes, cuándo y dónde significa).
Así que buscar preguntas que generen otras más fundamentales, más apropiadas sobre el espacio y quienes participan de él, sin un afán reduccionista impropio, sino con la intención de identificar vacíos de análisis es un imperativo (tratar a las propias observaciones no como nuevas certezas, sino como puntos de partida para nuevas tesis de investigación). En términos prácticos y de políticas más amplias, lo anterior supondría el anular la praxis de importación-aplicación de modelos «exitosos» en otros espacios de experiencia y bajo otras lógicas económicas. En Chepe no se produce, distribuye, circula ni consume como en ninguna otra parte. Es un absurdo administrativo el considerar que forzar cuestionarios suecos (caso extremo) es una táctica congruente; si bien puede ser un ejercicio ajeno digno de valorar, las sodas suecas no huelen a pinto, ni en ellas se habla el español en cuya inflexiones, por ejemplo, se podrían reconocer los saltos entre trabajo informal, explotación laboral y esclavitud. Lo anterior no supone entender el espacio como un ente aislado y por completo contrastable a cualquier otro, también obliga a considerar procesos inter-espaciales ocasionados por las diarias migraciones y otros flujos que le afectan y determinan.
El INEC desde su mandato estadístico asume parcialmente la subjetividad dentro de las limitaciones técnicas del propio instrumento de las encuestas. En ellas es posible encontrarse con preguntas que inician con cómo o por qué (comprensión de opiniones y motivaciones), celdas para respuestas más amplias, es decir, acompañan las interrogantes cuantitativas de otras cualitativas para facilitar extender su interpretación, o para ponerlo de otra manera, medir el impacto del hecho en la subjetividad e inversamente (sea la individual o colectiva).
Pero de nuevo, si el espacio no se recorre comprensivamente, si no se acepta su carácter errático; si obstinadamente se insiste en pintarlo como inabarcable, hostil a todo interrogatorio fuera de los nudos de datos numéricos, ¿cómo atreverse siquiera a dudar de las publicitadas percepciones desde el afuera, cómo contravenir el recetario moral o el manual académico que lo encapsula en un sentido común artificial? (Todavía hay gente que habla en presente de los chapulines) El preguntar es un acto performativo que también debe comprenderse como antagonista al qué nos narramos.