Escuchar es aguzar el oído —expresión que evoca una movilidad singular, entre los aparatos sensoriales, del pabellón de la oreja—, una intensificación y una preocupación, una curiosidad o una inquietud (Nancy, 2002:16).
Un entorno que existe, pero se enjuicia sin escucha, sin tender el oído a las prácticas de actualización que le son particulares, al conocimiento que posibilitan; a la tierra y sus agentes no humanos como determinantes de su manifestación lugar, su materialidad influyente e influenciada, móvil y mutable; a sus agentes humanos como zonas de traslape entre lo físico, simbólico y plural; un entorno oído sin tensión se condena a una homogeneización de las relaciones socio-ambientales desde incongruentes lógicas de la generalidad o la imposición urbs orbis de ficciones raciales, de género y clase. Michael Bull (2021), al analizar el archivo sonoro que en Gran Bretaña se conserva de la Primera Guerra Mundial, y en particular, de sus usos, apunta al silencio estructurado que en producción y distribución se practica con el mismo: las entrevistas a veteranos, hechas años después de la gesta soportan una «masculinidad cargada ideológicamente; una en la que la contienda se describe como ‘mala’ pero ‘no tan mala’.(Bull, 2021). Y acota que «todas estas palabras son pronunciadas por aquellos cuyos rostros, si no sus psiques, permanecieron ‘intactos’ (Bull, 2021:28), de manera que a partir el andamio del registro, el conflicto se dio entre hombres blancos «sanos». Este silenciar que, además, resta los testimonios de mujeres, niños y soldados de las colonias que participaron del combate, puede extenderse a otras tradiciones de archivo, que, como el etnográfico, insisten en mantener sin re-lectura crítica la estructura de segmentación y catalogación de sus productores coloniales. Así como The Family of Man sirvió a un proyecto geopolítico en una disciplina visual itinerante, y el Libro Azul de Miralles a la promoción de una Costa Rica editada, también los testimonios sonoros pueden, aunque auténticos, ser engañosos: también el sonido oculta.
¿Pero el daño ya es tal, que la razón se tortura con una ilusión sonora, no se sabe teniente en el eco de su circunstancia? Aunque un neologismo al margen, la nientitud señala esta torpeza hábilmente: sentir nostalgia por tiempos o hechos no vividos parece símil a buscar el sol en una piel de invierno, pero en administración política condescendencias así de selectivas son brasa para idearios de exclusión, de lógicas verticales de “tiempos mejores” que se obcecan contra grupos humanos divididos-disminuidos en categorías aún más ocurrentes.
Esta pretensión de vacío encubre el desprecio de lo no asimilable, lo que no se deja doblegar por la horma; una incapacidad no resuelta del uno ante el reto del otro. Se vacía en justificación de una tacha, un no sentir, al evadir con violencia la responsabilidad ante el existir del otro, por miedo a la libertad, diría Fromm: la propia puesta diferencial ante el otro.
¿Por cuál nóstos duele el corazón? ¿Esta inconformidad en dónde está buscando su resolución, en cuál tiempo irrepetible para el goce en este póthos? En la posibilidad de su otredad, una imagen es una fuente portátil de intriga; permite referirse a un aquel desde un aquí con lo poco del yo. En ese poco se reproduce la pregunta sobre la vía hacia el aquél. Con tan poco, este dolor podría cavar cenotafio en una huella borrosa por una cura (5t), dislocarse en los pocos indicios que especularmente muestra. El reto acustemológico (6t) es lograr ‘escuchar con’, el compromiso con un presente sonoro: una gesta por re-plegar dicho entorno de su conveniente a su existente. Un recorrido que obligue a la presencia y su actualización a partir de sus huellas, sus imágenes, sus imposibles. Estos últimos en el dintorno de lo expreso, la voz de la imagen, la que nos dirige a otra parte, la que en reverberación abre trocha en un traspié cartográfico, y al tratarse de una experiencia táctil, de interiorización física, deben dimensionarse en sus calidades de afectación, inclusive las que se manifiestan tras la instrumentalización de su materialidad en violencia física; lo sensible ocurre primero en el cuerpo.
La violencia es un concepto resbaladizo, no lineal, productivo, destructivo y reproductivo. Es mimética, como la magia imitativa o la homeopatía. Sabemos que ‘lo semejante produce lo semejante’. La violencia se engendra a sí misma… La violencia también incluye las agresiones a la personalidad, la dignidad, el sentido del valor o la valía de la víctima. Las dimensiones sociales y culturales de la violencia son las que le dan su poder y significado. (Scheper-Hughes y Bourgois. 2004:1)
Y es así como es posible no reconocer actos de violencia en la norma del cotidiano y su in-corporada verticalidad relacional. Las técnicas de metrología (7t) y sus cadencias médicas alrededor de los entornos sonoros son recientes, al menos en el Occidente industrializado desde que Thomas Barr identificara la enfermedad del calderero en 1890 y apareciera legislación específica en los años 70 del siglo XX. Esto delata el cómo muchos elementos de nuestro entorno representacional (porque no es exclusivo de un solo sentido), participan de prácticas de violencia alentadas socio-culturalmente en un «continuum de violencia». Sufrimos rutinaria, ordinaria, normativa y simbólicamente el entorno. Percatarse de algunas formas de agresión conlleva una dislocación voluntaria, si no accidental, como en el caso de las personas que al recuperar la audición requieren de guía psicológica para soportar el aluvión que las presiona. Sin transparencia semántica, sin significado, un sonido es experimentado como violencia sonora.
Estas personas se enfrentan al asalto implacable de un estruendo incomprensible. Todo es ruido para ellos. Nada tiene sentido para sus oídos. La información tiene que ser asimilada poco a poco. Se sienten superados por sonidos parásitos cuya fuerza es abrumadora. La recuperación de la audición es una experiencia dolorosa. Jean Grémion cuenta la trágica historia de una joven, Melane, que, tras recuperar la audición de la que estaba privada desde su nacimiento, encontró intolerable el caos de sonidos que la rodeaba y acabó quitándose la vida. (Le Breton, 2107:126)
La gente hablando es un poco como una serie ininterrumpida de gritos. Tienes la sensación de que están gritando. Es terriblemente molesto. Lo mismo ocurre con los sonidos. Un grifo abierto suena como una cascada. El ruido de un periódico alborotado es como una explosión […] ¡Me convertí en un sonido! El piar de un pájaro. Me invadió, me atrajo, me pesó, me impregnó hasta tal punto que me convertí en ese pájaro. Y así fue con todo. (Higgins, 1980:93)