Al menos como umbral, una imagen estimula lo posible desde sus carencias. La imagen no aporta mucho positivamente: sin pie no sabe qué ni cuándo es un chapulín y por lo tanto obliga a interrogar en ambos sentidos de la experiencia fotográfica (Hodge y Kress, 1988). Es empáticamente un recurso que codicia la riqueza de lo ordinario y señala esa periferia en el centro; sin una agenda ideológica en su presentación, detona el admitir la probabilidad en la incertidumbre. Ésta corporizada en una imagen y la manía nuestra por resolverla o al menos ampliar sobre ella, es un recurso aprovechable en los estadios de gestación de tesis. Examinar su potencial, no sólo como aparato historiográfico, como documento referencial pasivo, sino como agente de las que Estrada llama ‘formas de habitualidad social e individual’, es a la curiosidad una brasa.
Ya su uso durante entrevistas, aunque poco extendido, se admite muy productivo(1) sea como estímulo mnemotécnico o para la simple resolución de malentendidos. No obstante, y es en lo que se insiste aquí, también lo es al definir la pregunta. El agenciarse con tácticas como la participación observante o las entrevistas de prueba, exponer también a los investigadores de estos espacios y sus grupos humanos, a material que los incomode y estimule con preguntas sobre un sujeto y lo que lo sujeta (ambos apenas sospechados), les facultaría adaptarse a un futuro zigzag metodológico, puesto que una imagen no afirma qué debería observarse, no argumenta, sino al contrario persuade hacia aquello que no se ha tomado en cuenta, objetivamente le haría dudar(2) y, por lo tanto conjurar estrategias interdisciplinarias de colaboración y transferencia metodológica; la oportunidad de motivar procesos de mayor libertad propedéutica, en lugar de insistir en revisiones bibliográficas sin efectos sobre el campo. Lo cual debería ser obvio, porque al visitar una imagen en varias ocasiones y a destiempo se incurre no en una repetición, sino en una inevitable revisión de criterios(3). Mirar como leer es un acto desde el hoy, y por lo tanto una oportunidad acumulada de ampliar el entender. Tómese como ejemplo de lo anterior su importancia para la propuesta de estudios de identidad, muy en particular aquellas en los que se aborda la composición y distribución de grupos, eventos y sus conflictos. Porque reducir a personas a etiquetas grupales, puede sonar en principio como un subraye que amplifica sus necesidades, pero igualmente, si se insiste en estereotipos y generalizaciones que suelen derivarse, les podría marginar aún más del justo anonimato en la equidad, lo que obliga a un monitoreo crítico a largo plazo del cómo se comprende y manipula. Como suele ocurrir con los datos cuantificables, su análisis compromete fenómenos complejos de perversos reduccionismos dicotómicos de lindas gráficas y zonificaciones artificiales que no representan la complejidad de lo que ocurre en el terreno.
Cuestionarse ampliamente un punto del cotidiano requiere asistencia, porque aunque a primera vista parezca un hecho banal, el encontrarse a las 6 am frente al increíble pinto de don René, en su soda de 30 años en el Borbón, debería obligar a preguntarse por mucho más que su precio o la frescura del culantro, ¿por qué no hay gente haciendo fila por este pinto; qué podrían preguntarse A, B, C si al menos supieran que existe; quién come y quién no, quién no cree que puede venir y por qué no lo hace, 30 años…? Esa son algunas preguntas que Chepe necesita se sumen.